Bajo la acusación de brujería, más de doscientas mil mujeres fueron torturadas y asesinadas en Europa durante los siglos XVI y XVII. Este genocidio tenía un objetivo claro: la imposición del capitalismo por parte de las clases dominantes. Las nuevas formas de producción necesitaban cuerpos dóciles y disciplinados y para ello era fundamental acabar con toda forma de resistencia.