Rosa se dibuja a sí misma con más mano de poeta y de dramaturga infantil —que es lo que ha sido siempre que ha podido— que de caricaturista, y en este dibujo lo que le sale, ya digo, es un retrato secreto del espíritu del TBO mostrado a través de sus dibujantes, de Benejam mandando a su hija Roser a entregar unos originales; de Coll diciendo que no podía dejar su empleo de albañil porque el lápiz no le daba para vivir; del guionista Bech, que una vez salió en el periódico porque puso en fuga a un asaltador que le atacó navaja en ristre; o a través de Alfonso, el contable madrileño, que exclamaba “¡Mosca!”, y a través del director, Albert Viña, que iba para médico, pero que animado por su padre abandonó la carrera para dedicarse a hacer estas cosas de chiquillos.»
Rústica con solapas, 234 páginas, 17 x 24 cm, b/n