Tenían palacete y capilla, amigotes, atisbos y aciertos. Cada loco con su tema y su punto de vista, días que menos y días que más, los grupos humanos son de una elasticidad plástica sorprendente. Y en Lardín, nadie mira nunca a cámara, aunque lo parezca. Casi sin moldes ni moldeadores, Lardín aterriza en una pista común donde se pueden contar las cosas que aún quedan por contar, sabiendo además que se trata de una empresa tan infinita como inútil. Y de octubre a enero, combatiendo la clásica tendencia otoñal al blues, las páginas se fueron llenando, los nombres se fueron sumando y el rollo se fue revelando.