Prosigue esta sopa coral de gran pena en la que Beto Hernandez retrata las vicisitudes de los hombres, mujeres, niños e incluso espectros que pueblan ese lugar situado en alguna parte más allá de la frontera con Estados Unidos. Un mosaico de historias y circunstancias personales y colectivas, pasajes indistintos tomados del pasado y del porvenir, que van conformando el carácter y el latir inmediato de un pueblo llamado Palomar.