Un anodino oficinista japonés sale del trabajo, sin sospechar que se le viene encima la más loca y disparatada odisea para volver a casa: yakuzas, yokais, sushis gigantes apisonadores, familias caníbales, camioneras enamoradizas, yetis, esqueletos y brujas. El personaje es vapuleado por las circunstancias y vive, o más bien padece, una sucesión de peripecias cómicas sobre las que no tiene ningún control. José Domingo explica que, de cierta forma, “es una metáfora del día a día, lo que te rodea te acaba superando y, al final, de lo que te das cuenta, como el oficinista, es de que lo mejor que puedes hacer es dejarte llevar”.