Después de aguardar pacientemente en una cola, un hombre común y corriente se presenta como el mismísimo Dios. No tiene hogar, ni pasaporte, ni acreditación alguna como ciudadano, pero unos cuantos prodigios invitan a creerle, así que este enigma metafísico «en persona» muy pronto desencadena una tormenta mediática. Pasado ese primer momento de estupor, sin embargo, la algarabía dará paso a un juicio gigantesco contra ese «culpable universal». Confrontando a su Dios con ciertas lacras de nuestro tiempo -los reality shows, la publicidad, la mercadotecnia-, y echando mano de un humor ácido y absurdo, Matthieu construye una fábula filosófica y moral que nos invita a reflexionar acerca de algunos de los conceptos más arraigados y nocivos de nuestra sociedad.