De todos los lugares que visitó durante su estancia en Bosnia entre 1995 y 1996, el que más pasión e interés le suscitó fue el enclave musulmán de Gorazde, duramente azotado por las tropas serbobosnias, aislado durante años del resto del mundo, y habitado por gentes que se debatían entre la desesperanza más pesimista y la ilusión de una paz cada vez más improbable. A esta ciudad le dedicó su segundo libro, destinado a consagrarlo como una de las voces más relevantes de la novela gráfica actual.