Un fantasma desdobla su sábana y descubre que los pliegues son memoria. Recorre los escombros de su estado corpóreo, mientras un niño con gafotas y en constante interrogante se encamina hacia sí mismo. Niño y fantasma, dos líneas paralelas sin intención –pero con obligación– de cruzarse algún día. El niño, tristemente, será el fantasma, mientras que el fantasma ya no puede ser nada, pero ha sido.