n la segunda mitad de la década de los setenta, Barcelona vivió una explosión libertaria cuyos ecos se replicaron, en mayor o menor medida, en gran parte de España. Se vivía la etapa más creativa en un país en el que había teatro independiente sin teatros, vanguardias sin escuelas ni museos, lectores y compradores de libros sin bibliotecas públicas. Una parte de la generación más joven supo cultivarse y crear sin reglas ni mandatos: las consignas, si existían, las arrastraba la brisa hasta el camión de la basura.