Llamamos «malismo» al antiintuitivo mecanismo propagandístico que consiste en la ostentación pública de acciones o deseos tradicionalmente reprobables con la finalidad de conseguir un beneficio social, electoral o comercial. Quizás sea en política donde este fenómeno asentado en la última década en Occidente resulta más llamativo. Lo malote ha dejado de ser solo un sistema ingenioso para vender el producto musical de un grupo de jóvenes punks de barrio o un vídeojuego gamberro. Es una eficiente fórmula publicitaria que ya
no se dirige contra los poderosos, sino que es una herramienta de estos.